Lulú Petite

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Día difícil

2011-04-08

En la mañana, doña M. Alicia, la maestra medio psicótica que tengo, nos puso la enésima cajeteada del curso y nos recetó una tarea lo suficientemente fastidiosa como para sabotear de un jalón todo el fin de semana. Hay personas que deciden ser maestros porque tienen vocación, aman enseñar y les gusta convivir con jóvenes, hay otras, sin embargo, que se hacen maestros por accidente y lo viven como un castigo o una cárcel, en la que los estudiantes somos presa de sus rencores y frustraciones. Para esa mujer, gritarnos e inundarnos en tareas es una válvula de escape para su resentimiento. Me choca, pero en el fondo, me da lástima su caso, lo amargada que parece su vida.

Comí de prisa con David y nos pusimos de acuerdo para hacer, como siempre, la tarea juntos. Estuve esperando la llamada de un señor que había apartado cita conmigo a las cuatro de la tarde, dieron las cinco y media cuando llamó alguien más para preguntar si podía atenderlo.

Como ya había pasado la hora en que había quedado el primer prospecto, tomé la cita del segundo. Como siempre pasa en estos casos, a los diez minutos, cuando yo iba ya a atender al cliente confirmado, llamó el que había apartado primero.

-Discúlpame baby, pero esperé tu llamada hasta las 5:30, ya tengo otro compromiso.
-Pero… es que ya tomé una habitación en el hotel que me dijiste.
-Pues puedes esperarme corazón, me tardo poquito más de una hora, o puedes llamar a otra chica.
-No, no, te espero…
-Ok, entonces en cuanto me desocupe voy contigo.
-Bien, nos vemos en una hora.

Llegué en el tiempo acordado a la habitación del primer cliente. Un señor muy agradable, educado y comedido, pero que olía a chivo. No es mala onda pero ¿Será mucho pedir? Si entre el momento en que les dan la habitación y en el que llega la chica pasan al menos veinte minutos y tienen planeado acostarse con ella, besarla y ser besados, tocarla y ser tocados ¿No es un acto de básica cortesía lavarse al menos las verijas? Es cosa de reconocer que, si la chica está a gusto con el cliente, será más participativa, les hará más cosas y dejará hacer otras, se sentirá más cómoda y los tratará mejor. Oliendo al mercado de la Viga sabotean su diversión y mal gastan su dinero.

Ni modo, tuve que ponchármelo sin respirar o manteniendo mi humilde naricita lo más lejos de la fuente de contaminación. Traté de complacerlo y de hacerlo sentir bien, pero es difícil dejarse querer en esas condiciones.

Con el segundo cliente también llegué a tiempo y bien limpia. Antes de salir del cuarto anterior, me metí a la ducha y tallé enérgicamente cada parte de mi cuerpecito. Me vestí, retoqué mi maquillaje, me puse un poco de perfume y fui al siguiente compromiso.

Me recibió un hombre de unos cuarenta años, con cara de enojón y un cuerpo de unos ciento ochenta kilos. En este negocio no se discrimina a nadie, ciertamente hay cosas difíciles de hacer con ciertas anatomías, pero siempre hay modo de encontrar cómo los centros embonen, aunque las puntas cuelguen. Tengo varios clientes de gran rodada con los que me la paso maravillosamente y siempre encontramos el modo de disfrutar ambos, la bronca con el de hoy es que tuvimos una pésima química, además insistió en subirse en mí y, por más que yo quisiera, es cuestión de matemáticas, no es mala leche pero aunque estoy chiquita no soy hormiga para cargar no sé cuántas veces mi peso. El caso es que insistía en dejarme como estampado de la sábana y pues tampoco va una a poner las vértebras en riesgo. Fue un servicio difícil.

Llegué a mi casa después de lidiar con el tráfico, lo que sucedió entonces, el "final feliz", lo conté hoy en mi colaboración de El Gráfico AQUÍ. Por si quieres leerlo.

Un beso.