Lulú Petite

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El Gigante

2011-05-25

Nomás porque hoy fue un día pesado, no tengo novedades que escribir y pa leer sus comentarios, les dejo lo que se publicó hoy en EL GRÁFICO

Querido Diario:
En la habitación me recibió un mastodonte de casi dos metros de estatura, la espalda del tamaño de un ropero y sobre los hombros, ese músculo que hace parecer que no le sacaron el gancho a la camiseta. Mirada fría y profunda, coco rapado, los brazos -gruesos como ramas de ahuehuete- los tenía tapizados de tatuajes y una sonrisa, tierna y afable, que desentonaba con su apariencia de gigante mitológico.
Le di un beso entre la mejilla y el labio y pasé al cuarto. El gigante vestía pants, una camiseta blanca y despedía un intenso aroma a perfume dulce. Me encantó. Nada puede disponerme mejor para trabajar, que estar con un hombre limpio.
En el tocador, frente al espejo, estaba mi paga. Le pregunté si era para mí y lo guardé en mi bolsa. Discretamente vi de nuevo el tamaño de aquel hombre y, tragando saliva, le dije que iría al baño a ponerme cómoda (¿Cómoda? Iba a agarrar valor, si ese coloso tenía todo de la misma proporción, no me iba a ponchar, me iba a romper).
De cara no era guapo, tenía un rostro más bien tosco (que hacía juego con el conjunto), sin embargo, su aspecto varonil, hacía que su nariz gruesa, las cuchillas en sus ojos o su quijada cuadrada, que parecía capaz de mascar tuercas y escupirlas laminadas, resultaran cualidades profundamente eróticas. En pocas palabras, era un feo de esos que dan ganas de que te metan una revolcada de aquellas. Y para allá iba.
En el baño acomodé mi lencería, puse un poco de perfume entre mis pechos, revisé mi aliento, acomodé mi peinado, respiré profundo y salí, cargada de valor a lidiar con el semental que el oficio me había puesto enfrente.
Ataqué con un beso descarado, me paré de puntitas, me colgué a su cuello, abrí los labios y lo invité a que su lengua jugara con la mía. Su cuello parecía de acero, sus hombros, su pecho, su abdomen. Me estaba tirando a una muralla.
Besaba bien, a pesar de lo tosco de su aspecto, sus labios se paseaban con suavidad sobre los míos, sin prisas. Como encontrándole gusto. Además sabía a menta, era como un sueño, un hombre que sabe besar, huele rico y tiene buen aliento ya son méritos suficientes, si además contamos que me estaba ponchando a un gigante de acero, nomás faltaba ver lo que los pants guardaban. Ora sí que, Lulú: Despáchate.
Cuando se quitó la camisa casi me voy de pompis. Cada músculo perfectamente marcado, un sol tatuado en el pectoral derecho y el huesito del amor, ese músculo en forma de V que algunos hombres tienen en la parte baja del vientre, invitándome a clavarle el diente. Por más profesional que quiera ser una, ante escenarios como ese, terminas por rendirte.
Me saqué el vestido sin prisa, sonriendo y luciendo mi lencería. Él, sin quitarse el pants, comenzó a revelar su armamento. Se veía un bulto de tan buenas dimensiones, que me daban ganas de tocarlo, de acercarme. Estaba nerviosa. Sabía lo que venía.
Me acerqué un poco y, por encima del pantalón, comencé a jalársela. Era titánica, apenas se estaba hinchando y yo ya sentía que no cabría en mis manos. Al fin se quitó los pantalones. ¡Ay nanita!
Igual que el cráneo, tenía aquello completamente rasurado. Le colgaban entre las piernas unos aguacatotes, que parecían de la cosecha premier del meritito Uruapan, Michoacán, y al centro, orgullosa crecía una tripa con vocación de manguera que se hinchaba ante mis ojos, redondos como platos. Le puse un condón, volví a tragar saliva y me quedé admirando el cuerpo de ese Goliat. Estaba excitadísima.
Él me tomó por la cintura y prácticamente me cargó para seguir besándome. Me sentí tan segura, tan estable entre sus manos, que casi no me di cuenta que mis pies no tocaban el suelo, mientras le besaba los hombros y el pecho. Entonces, lo envolví con mis piernas, él puso sus manos bajo mis glúteos y haciendo una cuna con sus brazos gigantescos, de un sólo tirón, me ensartó en su sexo.
A pesar de lo aparentemente brusco, lo hizo con una naturalidad, que no sólo no me lastimó, sino que lo disfruté como pocas veces. Con sus brazos, como si estuviera cargando pesas, me levantaba y me volvía a clavar, a hacer suya, a poseerme. Me besaba los senos, los labios, la cara y yo me aferraba a él como no queriendo perderlo, como esperando que su sexo fuera siempre mi centro de gravedad, mi eje. A los pocos segundos alcancé mi primer orgasmo.
Fue increíble, lo hicimos durante casi toda la hora y en muchísimas posiciones, acabé tan molida, que de plano apagué el teléfono y cerré el changarro por ese día. Eso sí, me fui tan bien atendida, que al menos en esta partida, mi Goliat estuvo bastante mejor que mi David.
Hasta el jueves
Lulú Petite