Lulú Petite

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Cápsula del tiempo

2011-08-17

Hay quienes piensan que todo tiempo pasado fue mejor. Y lo dicen con una solemnidad de sepulturero que lo hacen parecer un hecho irrefutable. Respeto las nostalgias ajenas, pero he de admitir que no las comparto. Por el contrario, pienso que me tocó vivir una época chingona.

A veces, pienso en juntar todo lo que escribo, algunas de mis cosas, la música que escucho, las recetas de lo que me gusta comer, los consejos de mi abuela, uno de mis dildos favoritos, un par de películas cachondas y otro par de aquellas que más me gustan. Confesarle a una grabadora mis mejor guardados secretos y mis más excéntricas fantasías, ponerlo todo en un cofre de acero inoxidable, o de algún material más duradero, y enterrarlo a suficiente profundidad como para que sea descubierto por arqueólogos futuristas, en unos quinientos o seiscientos años. Que descubran la pedacería de mis recuerdos, como los restos piernográficos e irreverentes de una Coyolxauhqui del siglo XXVI.

Igual sabrán que lo encontrado no pertenecía a ninguna faraona, que ni siquiera llegó a reina de un carnaval o a presidenta pichurrienta de la sociedad de alumnos de su escuela, pero probablemente sabrán que en nuestro tiempo se vivía con alegría, que cojer nos importaba mucho, mucho, tanto que de cuando en cuando confundíamos amor con sexo y viceversa. Confirmarán que había quien pagaba por sexo y quienes cobrábamos por ello, que ya no nos ponían en la hoguera por eso y que todo era más franco y más abierto, que las casas de citas empezaron a ser sustituidas por portales virtuales. Que nuestra sociedad era como todas, que había gente buena y gente mala como en cualquier otra época, con las mismas virtudes y los mismos vicios, pero con más tecnología para satisfacerlos. Que vivíamos pegados de internet, que viéndolo en 500 años, pensarán que apenas nacía y que face, twitter y demás eran cosas prehistéricas.

Sabrán, claro, que con más indiferencia que acción, pensábamos que era importante salvar al mundo del calentamiento global y de otra colección de calamidades que, ellos sabrán mejor que yo, pudimos o no hacerlo. Que, a pesar de tanta modernidad y revoluciones tecnológicas, seguía habiendo abusos contra las mujeres, los homosexuales, los indígenas, los pobres, los diferentes, los débiles. Que seguía habiendo poca gente con mucho y mucha gente con poco, que había familias muriendo de hambre en una parte del mundo y gente combatiendo el sobre peso y los estragos del colesterol en otra. También averiguarán que había gente que, pudiendo o no, trataba de que las cosas cambiaran. Que había política, mucha política todos los días, que era el pan nuestro o el carnaval de cada rato, claro, con uno grandotote y más festivo cada seis años, con muchos gallos y pocas crestas. Que había crisis y esperábamos pasarla, volver a la tranquilidad de esperar la siguiente crisis. Que había miedo, pistolas y muertos, que tratabas de no ver, pero que te metían hasta en la sopa. Que a pesar de todos los pesares, vivir valía la pena y sonreír era indispensable. Adoro la época en que me tocó vivir, me cae que no la cambiaría por ningún otra.

Lo digo, claro, a propósito de la película que recomendé: Media noche en Paris. En fin... Me estoy volviendo aburrida, ni modo, en cualquier caso, la columna de mañana estará sexosa, sexosa, así como para leerla en privado para no tener paradas incómodas.

Un beso