Lulú Petite

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¡Viva México!

2011-09-15

Por ser una ocasión especial, va acá la columna de hoy en El Gráfico


Querido Diario:

Siempre me va bien en quince de septiembre. Será porque es día de fiesta, inicio de puente y, como cereza en el pastel ¡Quincena! Así que no faltan los cachondos caballeros, con billetes en la cartera, a los que se les antoje celebrar las fiestas patrias poniéndole con una chilanguita tan mexicana como el tequila, buena para la pirotecnia sexual y mucho más segura para dar el grito libertario que cualquier plaza pública. 


Además, siempre me he considerado patriota. No en el sentido de que piense empuñar un estandarte y encabezar una revolución, pero sí porque a pesar de mis deslices y poca vergüenza, amo a mi tierra y estoy muy orgullosa de ella. Tal vez es algo que le aprendí a mi abuela. Se pone tan contenta en estos días. A veces, cuando éramos chamacos íbamos con ella a alguna plaza a dar el grito, ver los castillos y celebrar, con antojitos y confeti un año más de independencia. Cuando no salíamos, lo celebrábamos en su casa. Ella preparaba pozole, poníamos el grito en la tele y a las once en punto, primos, tíos, abuelos y demás barriada gritábamos todos los vivas posibles a nuestro México independiente. Luego salíamos a tronar cohetes (antes de que los prohibieran) y nos acostábamos a dormir, esperando en la mañana subir al techo a ver los aviones militares surcar el cielo, dando fe de la libertad que nos heredaron nuestros héroes. 

Cuando me volví rebelde y empecé a trabajar rentando ratos, aprendí que el quince de septiembre es buen día para el trabajo. Que entre fiesta y fiesta a la gente le dan ganas de coger. Afortunadamente, como un regalo del destino, siempre me ha tocado atender a personas interesantes en fiestas patrias. Algunas que simplemente se han portado lindas, otras, que me han dado lecciones inolvidables. 

Una vez, trabajando, alguien me dijo que "Patria es lo que cada mexicano puede hacer por otro", fue tan emotivo que se me quedó muy grabado. En otra ocasión, el hada nos mandó a una fiesta mexicana. Era una pachanga en grande. Como cincuenta señores, varias chavas amateurs y unas treinta profesionales enviadas por el hada. Era en un casonón en un residencial rumbo a Querétaro. A mí me tocó atender a un chavito de Morelia, joven y medio tímido. No hablaba mucho, pero andaba tan cachondo que metía mano por donde se pudiera. En el jardín había varias mesas que, después de la cena, se convirtieron en parte del mobiliario para la orgía. Yo estaba en una silla, cuando él se levantó y, blandiendo su sexo frente a mi rostro, me pidió que se lo chupara. A un lado nuestro, en plena acción estaba un señor ya grande con una rubia exuberante que lo cabalgaba sobre la mesa. Yo tenía las manos en las nachas del chavo y mi boquita atendiendo su petición, cuando de pronto ¡Zaz! La mesa se vino abajo con todo y el viejito y su vaquera, que a medio rodeo provocó que las patas del mueble se vencieran. 


Fue tal el susto que nos llevamos que casi le muerdo la corneta a mi joven cliente. Ahí si hubiera dado el grito, pero no de independencia. Afortunadamente todo quedó en sobada para ellos, risa para nosotros y la interrupción del coito para todos. Nos acomodamos la ropa y nos fuimos a una alberca a platicar un rato. Allí, tendidos en el césped, comenzamos de nuevo, después nos quedamos recostados viendo el cielo. Estuvimos platicando tanto tiempo que nos hicimos cuates y seguimos frecuentándonos. 

Una noche, hace justamente tres años, mi amigo celebraba el 15 de septiembre en Morelia, su ciudad, cuando en la noche una granada convirtió la fiesta en tragedia. Me enteré tiempo después que él estaba allí, viéndolo todo desde la terraza de un hotel. Cuando nos vimos me contó y le pregunté si no tenía miedo. 

-Miedo no- me respondió -coraje sí. Curiosamente, si cedemos al miedo ganan los cobardes y ante los problemas, la gente debemos ser más grandes que nuestros miedos. 

Hace tres años Morelia nos quitó la inocencia, hace unas semanas Monterrey nos llamó a madurar, a recordar que a pesar de los pesares, de las injusticias, de la incertidumbre, tenemos mucha patria. Que hay mil cosas con las que no podemos estar de acuerdo y mil más de las que estamos hartos, pero que a pesar de todo, hay una patria que trasciende infamias y esa patria la hacemos la gente buena, la que puede mirar a la bandera cada 15 de septiembre y gritarle ¡VIVA MÉXICO!

P.D. Según sé, cuando una obra de teatro llega a las cien representaciones le develan una placa. Hoy, con la que está en tus manos, este espacio sexoso-chocarrero llegó a sus cien publicaciones. No habrá placa que develar, pero no quiero dejar de aprovechar el chance para agradecer a quienes tienen la gentileza de leerla y al equipo de El Gráfico, que ha tenido la paciencia de publicarla.

¡Feliz grito!