Lulú Petite

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Mis maestras y Fuentes

2012-05-16

Hoy me pondré seria y aburrida:




Escribir es un asunto de importancia. Eso lo aprendí joven, en la secundaria, cuando “miss” Leticia, mi maestra de español, nos pidió que leyéramos aquellos libros breves, pero decisivos: La metamorfosis, de Kafka, Pedro Páramo, de Rulfo, Juan Salvador Gaviota, de Bach, El Principito de De Saint-Exupéry, Los cachorros de Vargas Llosa, y, desde luego, Aura, de Carlos Fuentes. No formaban parte del Programa de Estudios aprobado por la SEP, pero acordamos guardarle el secreto. Ella nos enseñó a leer por gusto.


En la prepa, la maestra Rocío, de Literatura, nos enfrentó a libros tal vez no menos importantes, pero sí más voluminosos. Fue un placer leer y discutir con ella Cien años de soledad, de García Márquez, Los Miserables, de Víctor Hugo, Narraciones Extraordinarias de Poe, el Aleph de Borges y Rayuela de Cortazar.


Con ellas aprendí a respetar el oficio del escritor. Entendí que escribir no es simplemente poner en letras una secuencia más o menos ordenada de ideas. Escribir, al menos como ellos lo hacían, era construir un legado democrático de imaginación, al que podemos acceder todos (siempre que un maestro nos enseñe a interpretar estos signos abstractos, a convertir en letras las arañitas de tinta).


Lo que leí después de la prepa lo escogí yo. Me encanta la emoción de respirar profundo y darle vuelta a la última página de un libro.


En los tiempos de secundaria y preparatoria, me formé una imagen -tal vez alimentada por el entusiasmo de mis profesoras- de aquellos personajes que fundaron y dieron fuerza al llamado boom latinoamericano. Me imaginaba, en mis locas fantasías, lo divertida que podía ser una reunión entre Fuentes, Monsivais y Cortazar, lo interesante que habría sido escuchar hablar a Rulfo o a Borges, lo desconcertante que habrá sido ver a Vargas Llosa atestar un puñetazo a García Márquez, lo maravilloso que habría sido conocer Comala, Macondo o la región más transparente (sobre la que hoy se ha levantado una ciudad que ya no se le parece), ser a ratos como la maga, como Beatriz Viterbo, Susana San Juan, Remedios, la bella o, claro, la sensual Aura. A sus autores me habría encantado conocerlos, estrechar su mano, agradecerles esas fascinantes lecturas.


Hoy Carlos Fuentes ya no está vivo. No es mucha la diferencia, en los años que compartimos tiempo, lugar y vida, no tuve la oportunidad de estar frente a él. No sé entonces porqué de todos modos me siento un poco huérfana. Como si se hubiera extinto con él una generación.


No hay modo de sustituirlo. Su pérdida -cuando era el sobreviviente nacional de esa generación mágica y enigmática- nos deja sin un referente, sin esa figura con la autoridad moral y cultural para decir con franqueza y sin titubeos lo que él consideraba la diferencia entre lo bueno y lo malo, lo moral y lo inmoral, lo inteligente y lo burdo. Siempre ofreciendo esa apariencia de hombre bueno, lúcido, sano, generoso, con esa apariencia de ser eterno. Fue una sorpresa su muerte y será una muy dolorosa pena su ausencia, aunque no lo conociera más allá de sus letras.


Siento que, para México, es el fin de una era. Habrá que trabajar mucho, muchísimo, para que alguien, algún día, pueda calzar sus zapatos.


Todo esto, además, en 15 de mayo, oportunidad amarga para agradecer a aquellas maestras, en su día, porque al menos en mi caso cumplieron su misión, parieron una lectora.


Si quieres hacer un homenaje a Carlos Fuentes o celebrar el día del maestro, no sólo escribas un tuit o una entrada en tu Facebook, busca tiempo y lee un buen libro.


En fin, me puse cursi.

Un beso

Lulú